El caminante se detuvo frente a un roble enorme que tenía las hojas completamente invadidas de otoño y se recosto a su sombra, deseando saber cuando terminaría su viaje y a donde se dirigía. Llevaba años caminando sin poder evitarlo, sin saber el por qué. Estaba agotado, aun cuando sabía que era muy joven para estarlo. Miró al cielo con la frustración y el adormecimiento de su viaje; entonces una luz rápida que cruzaba el firmamento le hizo parpadear, para poder despejar su mente del sueño, preguntándose que podía ser aquello, qué se estaba perdiendo. La luz cruzó de nuevo sobre su cabeza, ahora más cerca, y entonces supo lo que era, un ave de agua, un ser extraordinario y libre. No pudo evitar sentir un dejo amargo de envidia que se mezclaba con el sobrecogimiento al ver el ave; si había algo que deseaba realmente era ver más allá del bosque, pero él era un caminante, y los caminantes no pueden salir del bosque, no pueden volar.
Se levantó de nuevo, completamente despierto por la impaciente desesperación que lo invadía , y corrió iracundo a través del bosque; pero esta vez no evito los caminos prohibidos, aquellos cubiertos de matorrales, espinos y despeñaderos, esos que se extendían a través de las sombras. luchó contra todo aquello que se levantaba en su camino, y tomo los riesgos que sabía no debía tomar. Cegado por su impotencia, rehusó aceptar que se estaba metiendo en un mundo creado para aquellos seres extraordinarios, los que sí tenían la fuerza para superar sus destinos de caminantes.
Él no era uno de ellos.
Corrió por días enteros, hasta llegar al pié de una montaña rocosa, donde la duda lo invadió, no sabía si desplomarse allí mismo o a medio camino hacia la cima; se decidió por lo segundo, seguro de que detenerse significaría rendirse. Así que se lanzo en un esfuerzo enloquecido a través de las afiladas rocas hacia lo que sería era el final de su absurda empresa.
Llegó a la cima entre jadeos ahogados, y recibió una bofetada de viento y una imagen sobrecogedora que revelaba una mezcla de ciudades brillantes y mares cristalinos, era el mundo más allá del bosque por el que había vagado durante toda su vida.
Una fascinación abrumador le hizo perderse por un instante, y ante su descuido, las ventiscas se apoderaron de su cuerpo, que calló inevitablemente de vuelta al bosque.
En ese instante le sorprendió el súbito entendimiento de que había robado más éxtasis del que merecía. Incluso antes de tocar el suelo supo que su alma jamás encontraría descanso. Su cuerpo se convirtió lentamente en piedra, ya no era un caminante, nunca volvería a serlo, sería un observador, acosado para siempre por aquello que había visto más allá del bosque y que nunca llegaría a alcanzar.