
Una mañana estaba en mi casa, y escuché una historia, una de esas que dan curiosidad, curiosidad de saber si de verdad las cosas pueden sorprenderlo a uno si uno finalmente se decide a salirse de sus espacios comunes, algo que, por cierto, siempre he deseado y dicho que voy a hacer y nunca hago. Entonces me di cuenta de que era una de esas mañanas en las que uno se levanta y se da cuenta de estar rodeado de belleza, la belleza para mí siempre se manifiesta con mayor fuerza en los juegos de luz y sombra y luz y color, y mirando afuera, todo estaba cubierto de esa luz solar que precede a la lluvia, y que siempre parece darle a todo un brillo como esmaltado. Normalmente estoy distraída con tonterías de esas que uno tiene que hacer, y lo que yo llamo responsabilidades de circunstancia, o con pensamientos redundantes sobre lo random que parece todo, pero cuando uno se levanta, y es un día en que uno se puede sacar algo de la basura que tiene en los ojos y apreciar un rato la mágicamente imperceptible perfección del mundo y la belleza, que ciertamente anda bien regada en todo y crece por todas parte sin que uno se dé cuenta, como las malezas que se rehúsan a alejarse de las bien planeadas zonas urbanas y empiezan a crecer tercamente entre las rendijas de las aceras y las alcantarillas; esos son los días en los que, por unos segundos de alguna forma de lucidez (porque ya sabemos bien que hay muchas expresiones de lucidez, y muchas de ellas ni la mitad de placenteras), casi tienen sentido las demostraciones de pasión absoluta que invaden a algunos y que por lo general se me hacen tan alucinadas como cualquier otra forma de ficción, pasiones por la música, o el deporte, o cualquier otra actividad que exija una entrega total, ciega y desesperada en busca de su perfeccionamiento absoluto, que es algo más que incomprensible para mí, y por demás fuera de mi alcance. Casi tiene sentido el amor, que siempre me ha parecido de las cosas más abstractas, desconocidas y difíciles de aceptar, y que ciertamente solo se me ha hecho verídico entre personajes de alguna forma de ficción, de esos que por serlo no puedes modificarlos, ni cuestionarlos, pues eso son, para eso fueron creados, solo así existen, en ese intervalo de vida narrativa y no son más que una verdad en sí mismos, dentro de sus pequeños e inalcanzables mundos creados. Casi no importa la falta del sentido, o el orgullo establecido o las dudas sobre el valor de este irrelevante intervalo de tiempo que represento; casi veo las vidas de las miles de personas que tuvieron que vivir y tomar alguna especie de decisión para que en este momento existiera yo y cualquier otra persona ahora respirando sobre la tierra. Casi es gracioso ver que nada importa realmente, ninguna lucha vana, que los días solo pasen y no se sepa el porqué de absolutamente nada. De repente casi se puede dejar de apretar los puños y soltar los músculos en el esfuerzo para no caerse y dejarse llevar por el río. Casi se puede dejar de mirar al mundo con sospecha. Casi. Luego, llega alguien y rompe la burbuja de la lucidez, y con los gritos groseros, los puños airados y los pitos enfurecidos de los carros, cae irremediable la avalancha de estupidez común. Entonces tengo que pestañear repetidas veces, para volver a cubrirme de desinterés y aburrimiento, y luego salir a la calle, a hacer cosas absurdas de ciudadano.
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