domingo, 12 de febrero de 2012

Curioso...(I)

Un día

Juan estiró los brazos sobre su cabeza y se inclinó hacia atrás sobre el respaldo de la silla; por fin había terminado de calificar los últimos exámenes, eran más de las ocho y cuarenta de la noche, y era inaceptable que estuviera todavía en la oficina, más cuando tenía planes para las nueve con su novia… era martes, así que sería cena, tal vez una película y con algo de suerte incluso sexo antes de tener que llevarla de vuelta a su casa al otro lado de la ciudad… tener que llevarla siempre se le hacía más que insoportable, pero quejarse al respecto podría llegar a interpretarse como una propuesta de cambio de domicilio, ¿qué tal si terminaba pensando en vivir con él? No podía arriesgarse a plantarle semejante idea en la cabeza.
Apagó el computador, se levantó y se estiró otro tanto, mirando el calendario sobre su escritorio y pensando en todo lo que todavía faltaba para el final de semestre…ah el tedio… recogió sus cosas y apagó la luz, cerró la puerta y cruzó el corredor entre los bloques doce y once, sin molestarse en sacar una sombrilla, estaba lloviendo a cántaros, pero los arboles retenían la mayor parte de agua y el espacio entre los bloques era demasiado corto como para justificar el esfuerzo.
Jugaba con las llaves mientras subía las escaleras del bloque once, en dirección a la oficina en la que tenía que entregarlas, tal era la falta de confianza en los profesores de esa universidad pública que ni siquiera tenía derecho a las llaves de su propia oficina. Su carro se encontraba en el otro extremo de la universidad, como era de esperarse en un día lluvioso, así que antes de abandonar el resguardo del bloque once sacó su sombrilla, ridículamente diminuta pero sorprendentemente eficiente – un regalo de su novia, por supuesto – y se sumergió en la densa pared de agua en la que se había convertido la lluvia en los pocos minutos que le había tomado subir y bajar un piso para entregar las llaves.
Caminó lo más rápido que pudo, lamentando el hecho de que, aunque la parte superior de su cuerpo estaba seca, no había nada que hacer por los zapatos de tela que no hacían más que absorber el agua directamente hacia sus medias que cada vez parecían más a diminutas esponjas.
Al alcanzar el bloque más cercano al parqueadero, se detuvo para contestar su teléfono, logró ver que eran las nueve y diez y que era Laura, su novia, la que estaba llamando, justo en el momento en que su celular daba un quejido lastimero antes de descargarse por completo.
-Excelente, justo lo que faltaba- dijo con voz irritada al corredor desierto que tenía en frente. Un gato, sentado junto a la pared izquierda, debajo del teléfono público, lo miró con desdén, se levantó y tras una última mirada, se perdió en la oscuridad de un salón adyacente.
-hasta el gato se está burlando de mi hoy, es mejor que llame a Laura, antes de que le dé un ataque de histeria- dijo nerviosamente al corredor vacío, la universidad se le hacía tétrica sin los montones de personas que pululaban en cada rincón durante el día y hablar en voz alta le daba un tanto de tranquilidad, como si sus palabras pudieran llenar los rincones oscuros.
Se acercó al teléfono público y marcó el celular de Laura.
-¿Dónde estás?- respondió ella a modo de saludo –llevo veinte minutos en este restaurante como una boba y tengo mucha hambre-
-Se me pasó el tiempo calificando y se me descargó el celular, ya voy para allá- dijo él con la absoluta certeza de que iba a necesitar muchas monedas para la cantidad de cantaleta que seguramente se había ganado con esa excusa, o más bien con la falta de una buena excusa.
-Ah, las cosas siempre son así con voz, ¿por qué no me llamaste antes para no perder la venida? ¿Qué voy a hacer yo ahora, comer sola? El mesero ya me está mirando con lástima, ¡y vos tan tranquilo allá! ¡Claro, es que como vos pensás que yo no tengo nada más que hacer que esperar a ver si vos apareces, a ver si es que se te da la gana de cumplir con lo que decís que vas a hacer! Qué cosa más aburridora, todas las veces soy yo, al otro lado de la ciudad, estancada, porque vos siempre tenés que poner todo primero que yo, yo nunca soy prioridad, ¡¿cómo es que yo siempre acabo de hacer mi trabajo y llego a tiempo a esperarte horas hasta que te dignes a venir?! yo no puedo seguir así, pues, decime a ver cómo vamos a hacer con…
Juan ya no escuchaba el discurso gastado de Laura, era como un recital programado sin querer, para cada día que decidían encontrarse en semana. Se puso a jugar quitando pedacitos del ladrillo resquebrajado en el que estaba clavado el soporte del teléfono, esperando a que llegara el final de la perorata insoportable de su novia, la que siempre terminaba con… voy a comprar comida para llevar y te espero en mi casa… en ese momento se dio cuenta de que había un papelito cuidadosamente doblado y escondido en uno de los agujeros del ladrillo. El papel era claramente un recorte de cuaderno, demasiado pequeño para ser un examen enterrado con odio en la pared, a modo de venganza por alguna mala nota, como era el caso de la mayor parte de papeles doblados entre las piedras que decoraban gran parte de las paredes en la universidad.
Alargó el dedo por detrás del teléfono, intentado sacar el papel, pero solo parecía estar enterrándolo más en la ranura. Después de luchar al menos quince minutos para desenterrar el papelito, logró sacarlo justo en el momento en el que Laura casi gritaba en la bocina un enojado
- ¡¿Me estás escuchando?!-
-Sí, sí, pero ¿por qué no mejor hablamos ahora en tu casa?- dijo juan intentado ponerle una nota de arrepentimiento a su voz.
- ¡No me estabas escuchando nada! – Gritó Laura – te acabo de decir que no te voy a esperar en mi casa, me voy a la casa de Clara a comer con ella y vos verás que haces. Yo ya no me aguanto este jueguito tan pendejo, yo no voy a hacer todo en esta relación, si no tenés intenciones de hacer ningún esfuerzo, entonces mejor ni me llames y dejamos las cosas así!
Colgó..? - pensó juan asombrado con el resultado inesperado de la situación a la que ya se había acostumbrado tanto que le parecía parte de la rutina de su relación con Laura… no sabía si estaba aburrido o aliviado.
Colgó el teléfono y se quedó parado un par de minutos, sin saber qué hacer. Entonces se acordó del papelito, y decidió dejar el drama de su vida para otro momento. Desdobló el papelito con cuidado y se encontró con cuatro líneas apretujadas en letra diminuta:

Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real.
Jorge Luis Borges


La nota se le hizo curiosa, le recordaba un artículo de neurología que había leído en la mañana y por alguna razón no le parecía que quien hubiera dejado el papelito hubiera escrito esas palabras en sentido figurado, sino literal, como si estuviera hablando de algo específico, y no de un cuestionamiento existencial barato… de repente se preguntó que sabía el dueño del papelito y una ansiedad de saber más le hizo cosquillear la punta de los dedos.

Sacó su libreta y arrancó un pedacito de papel, más o menos del mismo tamaño y luego de guardar el que se había encontrado, escribió:

Mientras más realidad enfrentamos, más nos damos cuenta de que la irrealidad es el programa principal del día.
John Lennon


Dobló el papelito con cuidado y lo puso en el lugar del original. Tenía la esperanza irracional de que tal vez el mensajero del teléfono decidiera seguirle la corriente y le revelara sus secretos. Era más que posible que el mensajero ya se hubiera graduado, que no estuviera en la universidad y que el papelito hubiera estado escondido ahí por décadas, o incluso que el mensajero fuera un estudiante sin ningún secreto maravilloso que revelar, alguien que hubiera puesto el papelito un día, solo porque se estaban demorando mucho en contestarle y no tenía nada más que hacer... o algo… Pero aun así, no podía dejar de pensar en la posibilidad de que el mensajero pudiera responder a su inexplicable búsqueda repentina del secreto de la realidad.

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