
El joven caminó calle abajo, echando al aire maldiciones ruidosas. ¿cómo es que había dejado que se le acabaran los fósforos? Nada peor que tener suficiente marihuana como para aceptar que era el peor de los jugadores, y no poder fumársela. El día que entró al juego, estaba demasiado borracho y drogado para recordar quién había sido esa chica estúpida que lo metió en ese enredo. Se suponía que en el juego todo era posible, pero el nunca había querido involucrarse demasiado, siempre había represalias para aquellos que abusaban del poder, ya fuera porque hacían algo contra las reglas mismas del juego, o porque llegaran a meterse con los planes de juego de otros... ¿todo es posible? ja! entonces ¿cómo es que no tengo fuego?
El joven undió sus manos en los bolsillos de la chaqueta, y comenzó a caminar más deprisa, el frío amenazaba a tormenta y el todavía no tenía donde pasar la noche.
A lo lejos vió a un hombre de abrigo pesado y costoso que doblaba la esquina y se acercaba lentamente. ¡Está fumando! pensó. Se encaminó hacia él entusiasmo, el hombre no había notado su presencia, iba cabizbajo, parecía que su mente se encontrara muy lejos de allí, si no supiera que era imposible, diría que aquel hombre no se encontraba en el juego en ese momento.
al final de la calle se escuchó un chillido de llantas forzadas, un carro negro y lujoso dobló la esquina a toda velocidad, y se detuvo precipitadamente entre los dos hombres, que se apartaban sobresaltados. Una de las puertas traseras del carro se abrió de golpe y una pesada bolsa negra de casi dos metros de largo cayó a la calle con un golpe sordo.
Antes de que ninguno de los dos pudiera siquiera reaccionar, la puerta se cerro y en segundos el carro se perdió de vista.
ambos hombres se miraron, con la sorpresa inundando todavía sus rostros, luego ambos miraron la bolsa. Una sirena se escuchaba ya a lo lejos, los rastreadores no tardarían en llegar.
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