martes, 8 de febrero de 2011

El Juicio




Abrió los ojos y parpadeó violentamente, intentando adaptarse a la luz blanca y estéril que inundaba la habitación.
Todo en aquel lugar era antinatural; las paredes altas de mármol negro y pulido, los palcos atestados de curiosos y murmullos, las enormes urnas con flores de colores brillantes, puestas allí con la clara intención de camuflar el lúgubre ambiente acusador del tribunal y fracasando miserablemente, pues resaltaba la apariencia de cripta del enorme rectángulo sin ventanas.
Cada detalle del lugar tenía la función de demostrar la jerarquía de los acusadores, y que tan imperativa era la necesidad de seguir sus reglas, si se quería evitar ser aplastado entre sus pesados mármoles y escritorios de caoba y roble.
Todo el juicio era una pantomima, una forma de controlar a su audiencia, la sentencia había sido dictada en el momento en que me encontraron; y aunque tenía un abogado, y se me permitió hablar en mi defensa; justo a mi lado derecho, en una esquina, descansaba una brillante guillotina de acero y plata, apenas disimulada detrás de una cortina de terciopelo azul y bordados de oro.
-El desertor es acusado de alta traición…- decía en ese momento uno de los fiscales, agitando las manos con una expresión de indignación tal, que habría impresionado al mejor de los actores. El sudor le corría por su cara regordeta y colorada; era más que claro que ese hombre tampoco había luchado en guerra alguna, menos aun la que sostenía ahora el país, ¿cómo podía acusarme?
Su parloteo altisonante se hizo cada vez más pomposo, hasta que ya no pudo retener más mi atención, todo era tan irreal en este lugar que hasta sus comentarios sobre mi merecida pena capital parecían ruido de fondo, junto con las togas, las poses, los botones brillantes, las exclamaciones eufóricas…
Todo era tan absurdo como esa tonta guerra, esa guerra que, como todas, no era más que un esfuerzo por no permanecer siempre iguales, el paso de un imperio a otro, de una ideología a la siguiente, era solo mudar de piel, la desesperada lucha en contra de la eternidad, nuestro mayor miedo… pues todos yacemos, después de todo, en un mar de nada, oscura y absoluta nada, por lo que no queda otro remedio más que correr ciegamente en busca de una colisión, una explosión, un momento de luz.

Los pies de la concurrencia comenzaron a volverse impacientemente entre las rígidas bancas de madera, incluso los montones de altos funcionarios que cubrían la planta baja, a solo unos pasos desde mi silla y del inagotable fiscal, parecían tener problemas para mantener sus expresiones graves y solemnes.
Cada movimiento hacía parte de una pequeña sinfonía de golpes secos e impacientes; parecía un juego entre los pies y las extrañas sombras grises en el brillante mármol, como si este fuese la barrera entre nosotros y un mundo de fantasmas inquietos, en busca de una salida o tal vez una forma de arrastrarnos a sus oscuras profundidades.
El tiempo nunca tiene la misma duración, los treinta minutos que duró el discurso del fiscal parecían treinta años, quien lo diría, cualquier condenado a muerte sentiría los minutos escaparse entre sus manos como cuando el tiempo estaba hecho de arena, pero ahora que se dictaba mi sentencia en este lugar indefinido, el tiempo solo se escurría silenciosamente en su mundo de cristal líquido, ningún tic tac advierte de su subrepticio escape, ahora cada segundo desaparece sin que nadie se dé cuenta, tal vez mi muerte llegue antes de que pueda lamentarlo.
Lo cierto es que nada de esto importa mucho, no puedo evitar sentir una angustia súbita frente a lo desconocido, pero este es mi mundo, un mundo que ellos no ven, que creen manipular pero en el que no pueden más que nadar y agitarse torpemente entre sus pequeños rectángulos de realidad individual, no pueden ver que todo pasa y se mueve al unísono, como un gran baile, un baile en el que nadie se toca, ningún contacto, son millones de pinceladas en un cuadro impresionista que confirman una gran imagen, pero que al mirar de cerca, se fragmenta en millones de cristales diferentes, y todas sus luchas no son más que una sombra, un gesto, un ángulo distante.
-El acusado es condenado a muerte por guillotina, esta sentencia ha de llevarse a cabo inmediatamente- dijo el hombre con la silla más alta, y una algarabía de anticipación satisfecha llenó la sala…


-Ahora, la disertación de esta clase se va a concentrar el análisis de las expresiones faciales y el hiperrealismo, ¿qué creen que pensaba el artista al momento de hacer esta escena?, la expresión de satisfacción entre los que observan al acusado la burla y el morbo en los ojos de los acusadores, la tranquilidad del condenado mientras se inclina en la guillotina… parece exaltar la realidad del espectáculo en la sociedad, el voyerismo y al tiempo, el placer de la atención, pero que significan sus manos y piernas de cristal?..-

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